viernes, 21 de agosto de 2015

«Al principio fue difícil encontrarlos, porque los monstruos tienden a esconderse, aislando la vergüenza de sus destinos en escondrijos miserables.
.....Frente a esa élite de monstruos de primera clase que cuidaría y educaría a Boy, Jerónimo tuvo que desarrollar el fino trabajo de convencerlos de que el ser anómalo, el fenómeno, no es un estadio inferior del género humano frente al que los hombres tienen derecho al desprecio y a la compasión: éstas, explicó don Jerónimo, son reacciones primarias que ocultan la ambigüedad de sentimientos inéditos muy semejantes a la envidia, o erotismo inconfesable producido por seres tan extraordinarios como ellos, los monstruos. Porque la humanidad normal sólo se atreve a reaccionar ante las habituales gradaciones que se extienden desde lo bello hasta lo feo, que en último término no son más que matices de la misma cosa [...]. Los seres normales, aterrados frente a lo excepcional, los encerraban en instituciones o en jaulas de circo, arrinconándolos con desprecio para arrebatarles su poder»
 
.

martes, 18 de agosto de 2015

«Nuestro punto de partida ha de ser una irresignación desesperada ante el destino; nuestra empresa luchar a brazo partido con lo irremediable, y nuestro esfuerzo el necesario para vencerlo. ¿Confianza? Ninguna. Fe, sí; fe en nuestra voluntad, es decir en la única fuerza capaz de obrar lo milagroso. ¿Qué es absurdo acometer el milagro? No. Lo absurdo es esperarlo de las nubes»
 
Don Antonio Machado en carta a Ortega y Gasset. Tomo la cita de la biografía de don Antonio escrita por Ian Gibson Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Madrid, Aguilar, 2006 (pág. 301)

Buquinistas a orillas del Sena


¿Qué es un buquinista?

Cortázar —Montparnase—, correr, lluvia, chocolate negro, comprar libros viejos, escuchar a Paco Ibáñez: París.
Rafael Reig escribe sobre Rafael Chirbes:

Por desgracia, nunca fui amigo de Rafael Chirbes, aunque coincidí con él en un viaje a México y me deslumbró. Perdimos una conexión y tuvimos que hacer noche en un hotel del aeropuerto. A la mañana siguiente, me despertó para decirme que en su habitación había una mancha de sangre. Montó una novela perfecta con aquella gota que no sé si sería de sangre o de esmalte de uñas. Al ir a desayunar, me dijo que fuéramos a la sala VIP. Le dije que yo tenía billete de turista y, de inmediato, me invitó a tomar en una cafetería unos huevos rancheros con tequila. Era un hombre generoso con su tiempo, con su prestigio, con su inteligencia. Conmigo perdió horas tomando tequila, contándome cosas, enseñándome, dándome consejos y hablando de todo, casi siempre en la compañía, inmejorable, de Valerie Miles.

Pueden seguir leyendo este artículo en eldiario.es

lunes, 17 de agosto de 2015

A la primera hija (tardía, la guerra se les había comido la juventud), que nació en 1945, le puso de nombre Alicia. Hacía apenas un año que él había salido de la cárcel, con la pena de muerte conmutada por la de prisión durante treinta años, de los que sólo había cumplido cinco, pasando al régimen de libertad vigilada, gracias a que las cárceles estaban tan llenas y hacía falta tanta mano de obra que el Estado no podía permitirse mantener entre rejas a aquel montón de gente [...] A su mujer le extrañó que él se empeñara en ponerle a la niña el nombre de Alicia, que no se correspondía con el de ningún miembro de la familia, y seguro que no lo hubiese aceptado de saber sus razones. "Pero ¿qué le vamos a dar a esta criatura?, ¿qué futuro le espera?, dijo don Vicente [Tabarca] cuando se enteró del embarazo de su mujer y de que estaba dispuesta a tener el hijo. Y, meses más tarde, cuando, recién nacida la criatura, la tuvo entre sus brazos, siguió pensando lo mismo. Que era poco menos que una irresponsabilidad traer a alguien al mundo cuando él no tenía trabajo, y ni siquiera sabía si, en una de aquellas visitas a la jefatura, lo dejarían allá dentro o volverían a trasladarlo a la prisión. Pensó: "Pobre niña, te traemos al país de las maravillas", y decidió, en un rasgo de ironía, que le pondría el nombre de Alicia.
 
Rafael Chirbes, La larga marcha, Barcelona, Anagrama, 1996
 
 
 
¡Ay muerte!, ¡muerta seas, muerta e malandante!
Mataste a mi vieja, ¡matastes a mi ante!
Enemiga del mundo, que non as semejante,
de tu memoria amarga non es que non se espante.
                      
Non catas señorío, deudo nin amistad,
con todo el mundo tienes cotidiana enemistad;
non hay en ti mesura, amor nin pïedad,
sinon dolor, tristeza, pena e gran crüeldad.
    
Enemiga del bien e del mal amador,
natura as de gota, del mal e de dolor;
al lugar do más sigues, aquel va muy peor,
do tú tarde requieres, aquél está mejor.
          
Tú yermas los poblados, pueblas los cementerios,
rehaces los fosarios, destruyes los imperios;
por tu miedo, los santos hicieron los salterios:
sinon Dios, todos temen tus penas e tus lacerios.

¡Ay! Mi Trotaconventos, mi leal verdadera,
muchos te seguían viva, muerta yaces señera;
¿a dó te me han llevado? Non se cosa certera: 
nunca torna con nuevas quien anda esta carrera.

Juan Ruiz: Libro de Buen Amor

El tablero, hoy







domingo, 16 de agosto de 2015

Por la noche, ya en casa, leía bisbiseando y siguiendo con el índice el trayecto de las diferentes líneas impresas, como si tuviera miedo de perderse entre ellas. Adela, su mujer, y Ana, la hija, cosían en sillas bajas cerca de él, y él leía inclinado sobre la sábana impresa del periódico con una atención desmesurada. Algunas noches era la hija la que se encargaba de leerle. Raúl entornaba los ojos y escuchaba las noticias, pidiéndole de vez en cuando que repitiese algún párrafo cuyo sentido se le había escapado. Se sentía orgulloso de Ana. Él le había enseñado las primeras letras, pero muy pronto la niña había aprendido a pronunciarlas con una entonación cuidadosa, segura, uniéndolas hasta formar palabras y destacando algunas palabras y haciendo que otras fluyeran de manera imperceptible. También dibujaba de modo notable, y bordaba, y con doce años ya hacía labores para el vecindario y traía algún dinero a casa y le llevaba las cuentas de la economía doméstica a la madre. Raúl se entretenía ojeando los cuadernos cuadriculados que ella coloreaba hasta conseguir las figuras que luego bordaba en la tela: los patitos amarillos y las cestas llenas de flores, las frutas, las casitas de tejas rojas y puertas azules con que adornaba las sábanas, las almohadas, las batas y baberos de los recién nacidos; las letras entrelazadas destinadas a marcar los ajuares de quienes iban a casarse, o las pecheras de algunos vestidos y los bolsillos de camisas y pijamas, o los ángulos de los pañuelos.
 
Rafael Chirbes, La larga marcha, Barcelona, Anagrama, 1996
 
 
Sit tibi terra levis.

Velintoniada

Quanto aquí vevimos,      en ageno moramos;
la ficança durable     suso la esperamos;
la nuestra romería      estonz la acabamos,
quando a Paraíso     las álmas envïamos.

Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora (edición de Michael Gerli), Madrid, Cátedra, 1997 (9ª edición)

 

 
El librero realiza su primer pergamino. Valle Camacho, la maestra,
atenta al milagro

 
                 
Taller de caligrafía medieval impartido por Valle Camacho en Hospedería La Calera (San Millán de la Cogolla)
 
 


A las mariposas les gustan los pergaminos medievales.




Moyano en Hoy por hoy Madrid. Con Elena Jiménez.


Las vacaciones de los libreros...






Formas nuevas de llegar al camino viejo. Por medio de un poeta (tenía que ser, claro) nos enteramos por Facebook de la convocatoria de un curso de Caligrafía medieval (aunque a estas alturas ya debería decir y digo: de gótica bastarda) impartido por Valle Camacho (a quien no tenía el gusto de conocer). Las  tres sesiones del mismo se desarrollarían (se desarrollaron) en San Millán de la Cogolla, nada menos. ¿Qué mejor forma de pasar unos días para dos bibliómanos, bibliógrafos? No se me ocurre ninguna. Allá nos fuimos. Buena gente, entorno mágico, buen vino, curso sorprendente... Nostalgia. Ganas de repetir. Nos vemos en Moyano.

miércoles, 12 de agosto de 2015

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.
quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.


José Emilio Pacheco, Poemas, colección Los Imprescindibles, nº 3, Semana Negra de Gijón, 2008


De izquierda a derecha: Jorge Semprún, Joaquín Sabina,
José Emilio Pacheco y Luis García Montero
Fuente de la fotografía: lne

lunes, 10 de agosto de 2015

Velintoniada 1

Ya saben que Velintonia se dedica a la compra-venta de libros. La mayoría de nuestro catálogo está formado por libros de segunda mano, lo cual no obsta para que podamos recomendar libros que, por causas diversas, nos puedan parecer interesantes. Rendijas de bibliófilos, bibliómanos o simples curiosos. Éste es el caso de dos libros sobre los que escribe un lúcido (aunque breve) artículo David Becerra en La Marea (aquí)
 


 
Nota bene: muy cerca de la Cuesta de Moyano hay librerías amigas en cuyos catálogos pueden encontrar estos libros: Traficantes de sueños, Contrabandos, Dalcó 
 

Claudio Rodríguez, siempre

Déjame que te hable en esta hora
de dolor con alegres
palabras. Ya se sabe
que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,
curan a veces. Pero tú oye, déjame...
decirte que, a pesar
de tanta vida deplorable, sí,
a pesar y aun ahora
que estamos en derrota, nunca en doma,
el dolor es la nube,
la alegría, el espacio,
el dolor es el huésped,
la alegría, la casa.
Que el dolor es la miel,
símbolo de la muerte, y la alegría
es agria, seca, nueva,
lo único que tiene
verdadero sentido.
Déjame que con vieja
sabiduría, diga:
a pesar, a pesar
de todos los pesares
y aunque sea muy dolorosa y aunque
sea a veces inmunda, siempre, siempre
la más honda verdad es la alegría.
La que de un río turbio
hace aguas limpias,
la que hace que te diga
estas palabras tan indignas ahora,
la que nos llega como
llega la noche y llega la mañana,
como llega a la orilla
la ola:
irremediablemente.

                  
Claudio Rodríguez, «Lo que no es sueño», en Alianza y condena, Madrid, Alianza, 1995


 

sábado, 8 de agosto de 2015

A hombros de gigantes...

¿Aún creen que la literatura evade de la realidad? Al contrario, la (buena) siempre será Palabra en el tiempo...

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
      Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
      Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
      Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
      Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
      Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
      El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
      Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

Antonio Machado, «Por tierras de España», en Campos de Castilla (1907-1919), tomado de Poesía y Prosa. Tomo II. Poesías completas (edición crítica de Oreste Macrì), Madrid, Espasa Calpe y Fundación Antonio Machado, 1989 (segunda reimpresión)
             
 
Incendio en la Sierra de Gata (Cáceres). Noticia aquí.
 

Un poema de Ángel Guinda

Cosas frágiles que han sobrevivido a las mudanzas,
sorprenderse,
el regreso a casa del trabajo,
ausencia de malas noticias,
la salida de hojas en los árboles,
migajas de salud.
(Dirán que no es mucho.
¡Me parece tanto!)
            
Ángel Guinda, «La riqueza», La creación poética es un acto de destrucción (antología 1980-2004), Zaragoza, Prensas Universitarias, 2004
           

Un poema de Gloria Fuertes

Que huyan de nosotros los que sólo molestan.
Que queden en el tajo los que aún saben cantar;
que aquel que tenga gracia destaque de la orquesta
¡que acabe bien la fiesta y calle el sincompás!

Que al fin nos acompañen...
Que al fin nos dejen solos...
pero al fin
                 que lo digan
                                     que se vuelven atrás:
que nadie nos engañe,
y no nos engañemos;
lo único que tenemos: ¡ganas de re-encontrar!
                 
«Ganas de re-encontrar», Poeta de guardia, Barcelona, Lumen, 1990 (4ª edición)
           

jueves, 6 de agosto de 2015

Velintonia Libros en Hoy por hoy Madrid, Cadena SER. Con Elena Jiménez

De izquierda a derecha: Javier (Librería Roma, caseta 26), Javier (Velintonia Libros, caseta 4) y Jorge (Librería Blázquez, caseta 11). El próximo jueves, más.
             
 
 

A hombros de gigantes...

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
                         
Jorge Luis Borges, «Los justos», Páginas escogidas, La Habana, Casa de las Américas, 1988
               

A hombros de gigantes...

                   
«Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad.»
 
Wislawa Szymborska, Lecturas no obligatorias. Prosas (traducción de Manel Bellmunt Serrano), Barcelona, Alfabia, 2009
                     
 


miércoles, 5 de agosto de 2015

     «—CUATRO —dijo el Jaguar.
     Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio.
 
     —Cuatro —repitió el Jaguar—. ¿Quién?
     —Yo —murmuró Cava—. Dije cuatro.
     —Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel.»
 
Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, Madrid, Punto de lectura, 2006
           
 
 
 
 
«Todo me cansa, incluso lo que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor.

Quién me diera ser un niño lanzando barcos de papel en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de entrecruzamiento de parras poniendo ajedreces de luz y sombra verde en los reflejos sombríos del agua estanca.

Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no puedo tocarla.

¿Razonar mi tristeza? ¿Para qué, si el raciocinio es un esfuerzo? Y quien está triste no puede esforzarse.
       Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la vida de los que tanto quería abdicar. Abdicar es un esfuerzo, y yo no poseo el del alma con que esforzarme.
¡Cuántas veces me atormenta el no ser el conductor de aquel coche, el cochero de aquel carruaje! ¡Cualquier banal Otro supuesto cuya vida, por no ser mía, deliciosamente penetra en mí de tanto yo quererla y hasta penetra en mí de lo ajena que es!
       Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa. La noción de vida como un Todo no me aplastaría los hombros del pensamiento.
       Mis sueños son un refugio estúpido, como un paraguas contra un rayo.

Soy tan inerte, tan pobrecillo, tan falto de gestos y de actos.

Por más que por mí me enbreñe, todos los atajos de mi sueño dan a claros de angustia.

Incluso yo, el que tanto sueña, tengo intervalos en los que el sueño huye de mí. Entonces las cosas se me aparecen nítidas. Se desvanece la niebla con la que me rodeo. Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma. Todas las durezas miradas me lastiman al saberlas durezas. Todos los pesos visibles de objetos me pesan por el alma adentro.

Mi vida es como si me golpeasen con ella»

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego (traducción de Perfecto E. Cuadrado), Barcelona, El Acantilado, 2002
                        

lunes, 3 de agosto de 2015

¡Que no se les olviden!


Un fragmento de «En el bosque», discurso de ingreso en la RAE de Ana María Matute...

«Tengo que pronunciar un discurso y yo no sé pronunciar discursos. Apelo, pues, a vuestra benevolencia y os ruego que aceptéis estas palabras mías como la expresión de lo único que soy capaz de hacer y de la única razón por la que he llegado hasta aquí: yo soy una contadora de historias. Por ello, desearía aprovechar esta ocasión tan extraordinaria para hacer un elogio, y acaso también una defensa, de la fantasía y la imaginación en la literatura, que son para mí algo tan vital como el comer y el dormir, y que opongo a la aridez de la actitud que tan a menudo nos rodea, que se niega a ver la dimensión espiritual de lo material.
 
Así, es mi intención invitaros, en este discurso mío tan poco erudito y tan poco formal, a ensayar una incursión en el mundo que ha sido mi gran obsesión literaria, el mundo que me ha fascinado desde lo más temprano de la infancia, que desde niña me ha mantenido atrapada en sus redes: el «bosque» que es para mí el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño, pero también de la propia literatura y, a fin de cuentas, de la palabra. Y desearía hacerlo bajo la invocación de Alicia en el país de las maravillas, con los siguientes versos:
 
Recibe, Alicia, el cuento y deposítalo
donde el sueño de la Infancia
abraza a la Memoria en lazo místico,
como ajada guirnalda
que ofrece a su regreso el peregrino
de una tierra lejana.
 
En el momento en que Alicia atraviesa la cristalina barrera del espejo, que de pronto se transforma en una clara bruma plateada que se disuelve invitando al contacto con las manitas de la niña, siempre me ha parecido uno de los más mágicos de la historia de la literatura, quizá el que ofrece un mito más maravilloso y espontáneo: el deseo de conocer otro mundo, de ingresar en el reino de la fantasía a través, precisamente, de nosotros mismos. Porque no debemos olvidar que lo que el espejo nos ofrece no es otra cosa que la imagen más fiel y al mismo tiempo más extraña de nuestra propia realidad.
 
Desearía, pues, exhortaros a participar, durante el breve tiempo de este atípico discurso, de la fascinación que sin duda constituye la cifra de mi obra, y acaso también de mi vida: la posibilidad de cruzar el espejo e internarse en el bosque de lo misterioso y de lo fantástico, pero también del pasado, del deseo y del sueño. No pretendo que abandonemos este mundo, nuestro mundo, sino tan sólo que nos aventuremos por unos instantes en los otros mundos que hay en éste.
 
Es ésta una fascinación eminentemente literaria, pero no sólo. Porque los bosques siempre han sido importantísimos para mí. Su mera imagen siempre me ha sugerido toda suerte de historias y leyendas, de recuerdos que ignoraba poseer, pero que estaban ahí, confundidos entre los árboles o escondidos en la espesura de los zarzales.
 
Antes de saber leer, los libros eran para mí como bosques misteriosos. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo era posible que de aquellas páginas de papel, de aquellas hormiguitas negras que la surcaban se levantara un mundo ante mis ojos, mis oídos y mi corazón de niña? ¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor? Criaturas, deseos, sueños, personas y personajes, y tiempos desconocidos bullían allí. De pronto, la palabra hablada se orientaba entre los árboles y los matorrales, descorría el velo y hacía que apareciesen ante mis ojos cuantas innumerables miradas, memorias y atropellos pueblan el mundo. "Cuando yo sea mayor —pensaba— haré esto". Ni siquiera sabía que "esto" era participar del mundo imaginario de la literatura.»
          
 

domingo, 2 de agosto de 2015


Y no saber adónde vamos,
Ni de dónde venimos
Rubén Darío

Sabemos adónde vamos y de dónde venimos.
Entre dos oscuridades, un relámpago
Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Pero no nos engañemos, no nos crezcamos. Con humildad,
con tristeza, con aceptación, con ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una compañía, allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida, el instante del darse cuenta entre dos infinitas oscuridades,
miremos este rostro triste que alza hacia nosotros sus grandes ojos humanos,
y que tiene miedo y que nos ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde sólo brilla la luna del estertor.
Como en una tienda de campaña
que el viento furioso muerde, viento que viene de las hondas profundidades de un caos,
aquí la pareja humano, tú y yo, amada, sentimos las arenas largas que nos esperan.
No acaban nunca, ¿verdad? En una larga noche, sin saberlo, las hemos recorrido;
quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos, con un invisible rostro cansado desde el origen las hemos recorrido.
Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que nos hemos reconocido se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si acompañados.
No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia atrás de nuevo recorreremos.

Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada, un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañía, mi sola seguridad, mi reposo instantáneo, mi reconocimiento expreso donde yo me siento y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia ─oh, cómo la siento─
Y un momento dormir sobre tu pecho,, como tú sobre el mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira y con piadosa luz nos cierra los ojos.
         
Vicente Aleixandre, «Entre dos oscuridades, un relámpago», Historia del corazón, Madrid, Espasa-Calpe, 1985 (2ª edición)
 
«Soy hija, aparte de otras muchas privaciones, de la falta de educación formal y debo agradecer a mi instinto, y a mi curiosidad, el que, carente de un disciplinado y riguroso control educativo de mi cerebro de niña ávida de conocimientos, los libros, los maravillosos, inacabables, miles de libros que sabía desparramados por el mundo, historias y ventanas que me esperaban en alguna parte, me echaron una mano para sobrevivir con entusiasmo».
 
Maruja Torres, Diez veces siete. Una chica de barrio nunca se rinde, Barcelona, Planeta, 2014
 


sábado, 1 de agosto de 2015

Buenos días (pero siempre con lucidez)

«Hubo un tiempo en que salí con la hija de un urólogo suicida. Todo iba muy bien hasta que una noche le canté una canción.
     —Me gusta tu voz —me dijo— pero a veces cantas como un negro.
.....Y a veces llegas a momentos críticos a lo largo de tu vida en los que te das cuenta de que la persona con la que has estado paseando en coche, cenando y acostándote no es ni muchísimo menos la persona adecuada para ti. Para mí aquel fue uno de esos momentos. Dos cosas me pasaron inmediatamente por la cabeza:
.....1) Eres una persona repugnante e imbécil y no sabes las ganas que tengo de no volver a verte.
.....Y 2) ¡Gracias!
.....No pude evitar sentirme bien tras el comentario de aquella gilipollas racista sureña, porque con toda su ignorancia y grosería, me había dado a entender que musicalmente iba por el buen camino.
.....Debería haber pasado más tiempo con gays y con gente de inclinaciones artísticas, o con cualquier otra persona inteligente y de ideas diferentes, pero no creo que hubiese nadie así, o al menos yo no lo conocía. Ojalá hubiera pasado más tiempo con gente interesada en las artes, o al menos con alguien capaz de estimularme intelectualmente. Pero el concepto mismo de estímulo mental me era completamente ajeno».
 
Mark Oliver Everett, Cosas que los nietos deberían saber (presentación de Rodrigo Fresán, Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria)